13. Donde se prosigue la aventura del
caballero del Bosque, con el discreto, nuevo y suave coloquio que pasó entre
los dos escuderos
Divididos estaban caballeros y escuderos,
éstos contándose sus vidas, y aquéllos sus amores; pero la historia cuenta
primero el razonamiento de los mozos y luego prosigue el de los amos, y así,
dice que, apartándose un poco dellos, el del Bosque dijo a Sancho:
-Trabajosa vida es la que pasamos y
vivimos, señor mío, estos que somos escuderos de caballeros andantes: en verdad
que comemos el pan en el sudor de nuestros rostros, que es una de las
maldiciones que echó Dios a nuestros primeros padres.
-También se puede decir -añadió Sancho-
que lo comemos en el yelo de nuestros cuerpos; porque ¿quién más calor y más
frío que los miserables escuderos de la andante caballería? Y aun menos mal si
comiéramos, pues los duelos, con pan son menos; pero tal vez hay que se nos
pasa un día y dos sin desayunarnos, si no es del viento que sopla.
-Todo eso se puede llevar y conllevar
-dijo el del Bosque- con la esperanza que tenemos del premio; porque si
demasiadamente no es desgraciado el caballero andante a quien un escudero
sirve, por lo menos, a pocos lances se verá premiado con un hermoso gobierno de
cualque ínsula, o con un condado de buen parecer.
-Yo -replicó Sancho- ya he dicho a mi amo
que me contento con el gobierno de alguna ínsula; y él es tan noble y tan
liberal, que me la ha prometido muchas y diversas veces.
-Yo -dijo el del Bosque- con un canonicato
quedaré satisfecho de mis servicios, y ya me le tiene mandado mi amo, y ¡qué
tal!
-Debe de ser -dijo Sancho- su amo de vuesa
merced caballero a lo eclesiástico, y podrá hacer esas mercedes a sus buenos
escuderos; pero el mío es meramente lego, aunque yo me acuerdo cuando le
querían aconsejar personas discretas, aunque, a mi parecer, mal intencionadas,
que procurase ser arzobispo; pero él no quiso sino ser emperador, y yo estaba
entonces temblando si le venía en voluntad de ser de la Iglesia, por no
hallarme suficiente de tener beneficios por ella; porque le hago saber a vuesa
merced, que aunque parezco hombre, soy una bestia para ser de la Iglesia.
-Pues en verdad que lo yerra vuesa merced
-dijo el del Bosque-, a causa que los gobiernos insulanos no son todos de buena
data. Algunos hay torcidos, algunos pobres, algunos malencónicos, y,
finalmente, el más erguido y bien dispuesto trae consigo una pesada carga de
pensamientos y de incomodidades, que pone sobre sus hombros el desdichado que
le cupo en suerte. Harto mejor sería que los que profesamos esta maldita
servidumbre nos retirásemos a nuestras casas, y allí nos entretuviésemos en
ejercicios más suaves, como si dijésemos cazando o pescando; que ¿qué escudero
hay tan pobre en el mundo a quien le falte un rocín, y un par de galgos, y una caña
de pescar, con que entretenerse en su aldea?
-A mí no me falta nada deso –respondió
Sancho-; verdad es que no tengo rocín; pero tengo un asno que vale dos veces
más que el caballo de mi amo. Mala pascua me dé Dios, y sea la primera que
viniere, si le trocara por él, aunque me diesen cuatro fanegas de cebada
encima. A burla tendrá vuesa merced el valor de mi rucio; que rucio es el color
de mi jumento. Pues galgos no me habían de faltar, habiéndolos sobrados en mi
pueblo; y más, que entonces es la caza más gustosa cuando se hace a costa
ajena.
-Real y verdaderamente -respondió el del
Bosque-, señor escudero, que yo tengo propuesto y determinado de dejar estas
borracherías destos caballeros, y retirarme a mi aldea, y criar mis hijitos,
que tengo tres como tres orientales perlas.
-Dos tengo yo -dijo Sancho-, que se pueden
presentar al Papa en persona, especialmente una muchacha, a quien crío para
condesa, si Dios fuere servido, aunque a pesar de su madre.
-Y ¿qué edad tiene esa señora que se cría
para condesa? -preguntó el del Bosque.
-Quince años, dos más a menos -respondió
Sancho-; pero es tan grande como una lanza, y tan fresca como una mañana de
abril, y tiene una fuerza de un ganapán.
-Partes son ésas -respondió el del Bosque-
no sólo para ser condesa, sino para ser ninfa del verde bosque. ¡Oh hideputa,
puta, y qué rejo debe de tener la bellaca!
A lo que respondió Sancho, algo mohíno:
-Ni ella es puta, ni lo fue su madre, ni
lo será ninguna de las dos. Dios queriendo, mientras yo viviere. Y háblese más
comedidamente; que para haberse criado vuesa merced entre caballeros andantes,
que son la mesma cortesía, no me parecen muy concertadas esas palabras.
-¡Oh, qué mal se le entiende a vuesa
merced -replicó el del Bosque- de achaque de alabanzas, señor escudero! ¿Cómo y
no sabe que cuando algún caballero da una buena lanzada al toro en la plaza, o
cuando alguna persona hace alguna cosa bien hecha, suele decir el vulgo: «¡Oh
hideputa, puto, y qué bien que lo ha hecho!?» Y aquella que parece vituperio en
aquel término, es alabanza notable; y renegad vos, señor, de los hijos o hijas
que no hacen obras que merezcan se les den a sus padres loores semejantes.
-Sí reniego -respondió Sancho-; y dese
modo y por esa misma razón podía echar vuesa merced a mí y a mis hijos y a mí
mujer toda una putería encima, porque todo cuanto hacen y dicen son extremos
dignos de semejantes alabanzas, y para volverlos a ver ruego yo a Dios me saque
de pecado mortal, que lo mesmo será si me saca deste peligroso oficio de
escudero, en el cual he incurrido segunda vez, cebado y engañado de una bolsa
con cien ducados que me hallé un día en el corazón de Sierra Morena, y el
diablo me pone ante los ojos aquí, allí, acá no, sino acullá, un talego lleno
de doblones, que me parece que a cada paso le toco con la mano, y me abrazo con
él, y lo llevo a mí casa, y echo censos, y fundo rentas, y vivo como un
príncipe; y el rato que en esto pienso se me hacen fáciles y llevaderos cuantos
trabajos padezco con este mentecato de mi amo, de quien sé que tiene más de
loco que de caballero.
-Por eso -respondió el del Bosque- dicen
que la codicia rompe el saco; y si va a tratar dellos, no hay otro mayor en el
mundo que mi amo, porque es de aquellos que dicen: «Cuidados ajenos matan al
asno»; pues porque cobre otro caballero el juicio que ha perdido, se hace él
loco, y anda buscando lo que no sé si después de hallado le ha de salir a los
hocicos.
-Y ¿es enamorado por dicha?
Si -dijo el del Bosque-: de una tal
Casildea de Vandalia, la más cruda y la más asada señora que en todo el orbe
puede hallarse; pero no cojea del pie de la crudeza; que otros mayores embustes
le gruñen en las entrañas, y ello dirá antes de muchas horas.
No hay camino tan llano -replicó Sancho-,
que no tenga algún tropezón o barranco; en otras casas cuecen habas, y en la
mía, a calderadas; más acompañados y paniaguados debe tener la locura que la
discreción. Mas si es verdad lo que comúnmente se dice, que el tener compañeros
en los trabajos suele servir de alivio en ellos, con vuesa merced podré consolarme,
pues sirve a otro amo tan tonto como el mío.
-Tonto, pero valiente -respondió el del
Bosque-, y más bellaco que tonto y que valiente.
Eso no es el mío -respondió Sancho-: digo,
que no tiene nada de bellaco, antes tiene una alma como un cántaro: no sabe
hacer mal a nadie, sino bien a todos, ni tiene malicia alguna: un niño le hará
entender que es de noche en la mitad del día, y por esta sencillez le quiero
como a las telas de mi corazón, y no me amaño a dejarle, por más disparates que
haga.
Con todo eso, hermano y señor -dijo el del
Bosque-, si el ciego guía al ciego, ambos van a peligro de caer en el hoyo.
Mejor es retirarnos con buen compás de pies, y volvernos a nuestras querencias;
que los que buscan aventuras no siempre las hallan buenas.
Escupía Sancho a menudo, al parecer, un
cierto género de saliva pegajosa y algo seca; lo cual visto y notado por el
caritativo bosqueril escudero, dijo:
-Paréceme que de lo que hemos hablado se
nos pegan al paladar las lenguas; pero yo traigo un despegador pendiente del
arzón de mi caballo, que es tal como bueno.
Y levantándose, volvió desde allí a un
poco con una gran bota de vino y una empanada de media vara, y no es
encarecimiento; porque era de un conejo albar tan grande, que Sancho, al
tocarla, entendió ser de algún cabrón, no que de cabrito; lo cual visto por
Sancho, dijo:
-Y ¿esto trae vuesa merced consigo, señor?
-Pues ¿qué se pensaba? -respondió el
otro-. ¿Soy yo por ventura algún escudero de agua y lana? Mejor repuesto traigo
yo en las ancas de mi caballo que lleva consigo cuando va de camino un general.
Comió Sancho sin hacerse de rogar, y
tragaba a escuras bocados de nudos de suelta. Y dijo:
-Vuesa merced sí que es escudero fiel y
legal, moliente y corriente, magnífico y grande, como lo muestra este banquete,
que si no ha venido aquí por arte de encantamento, parécelo, a lo menos; y no
como yo, mezquino y malaventurado que sólo traigo en mis alforjas un poco de
queso, tan duro, que pueden descalabrar con ello a un gigante; a quien hacen
compañía cuatro docenas de algarrobas y otras tantas de avellanas y nueces,
mercedes a la estrecheza de mi dueño, y a la opinión que tiene y orden que
guarda de que los caballeros andantes no se han de mantener y sustentar sino
con frutas secas y con las yerbas del campo.
-Por mi fe, hermano -replicó el del
Bosque-, que yo no tengo hecho el estómago a tagarninas, ni a piruétanos, ni a
raíces de los montes. Allá se lo hayan con sus opiniones y leyes caballerescas
nuestros amos, y coman lo que ellos mandaren; fiambreras traigo, y esta bota
colgando del arzón de la silla, por si o por no; y es tan devota mía y quiérola
tanto, que pocos ratos se pasan sin que la dé mil besos y mil abrazos.
Y diciendo esto, se la puso en las manos a
Sancho; el cual, empinándola, puesta a la boca, estuvo mirando las estrellas un cuarto de hora, y
en acabando de beber, dejó caer la cabeza a un lado, y dando un gran suspiro,
dijo:
-¡Oh hideputa, bellaco, y cómo es
católico!
-¿Veis ahí -dijo el del Bosque en oyendo
el hídeputa de Sancho- como habéis alabado este vino llamándole
hideputa?
-Digo -respondió Sancho- que confieso que
conozco que no es deshonra llamar hijo de puta a nadie, cuando cae debajo del
entendimiento de alabarle. Pero, dígame, señor, por el siglo de lo que más
quiere: ¿este vino es de Ciudad Real?
-¡Bravo mojón! -respondió el del Bosque-.
En verdad que no es de otra parte, y que tiene algunos años de ancianidad.
-¿A mí con eso? -dijo Sancho-. No toméis
menos sino que se me fuera a mí por alto dar alcance a su conocimiento. ¿No
será bueno, señor escudero, que tenga yo un instinto tan grande y tan natural
en esto de conocer vinos, que en dándome a oler cualquiera, acierto la patria,
el linaje, el sabor, y la dura, y las vueltas que ha de dar, con todas las
circunstancias al vino atañederas? Pero no hay de qué maravillarse, si tuve en
mi linaje, por parte de mi padre los dos más excelentes mojones que en luengos
años conoció la Mancha; para prueba de lo cual les sucedió lo que ahora diré.
Diéronles a los dos a probar del vino de una cuba, pidiéndole su parecer del
estado, cualidad, bondad o malicia del vino. El uno lo probó con la punta de la
lengua; el otro no hizo más que llegarlo a las narices. El primero dijo que
aquel vino sabía a hierro; el segundo dijo que más sabía a cordobán. El dueño
dijo que la cuba estaba limpia, y que el tal vino no tenía adobo alguno por
donde hubiese tomado sabor de hierro ni de cordobán. Con todo eso, los dos
famosos mojones se afirmaron en lo que habían dicho. Anduvo el tiempo, vendióse
el vino, y al limpiar de la cuba hallaron en ella una llave pequeña, pendiente
de una correa de cordobán. Porque vea vuesa merced si quien viene desta ralea
podrá dar su parecer en semejantes causas.
-Por eso digo -dijo el del Bosque- que nos
dejemos de andar buscando aventuras; y pues tenemos hogazas, no busquemos
todas, y volvámonos a nuestras chozas; que allí nos hallará Dios, si El quiere.
-Hasta que mi amo llegue a Zaragoza, le
serviré; que después todos nos entenderemos.
Finalmente, tanto hablaron y tanto
bebieron los dos buenos escuderos, que tuvo necesidad el sueño de atarles las
lenguas y templarles la sed, que quitársela fuera imposible; y así, asidos
entrambos de la ya casi vacía bota, con los bocados a medio mascar en la boca,
se quedaron dormidos, donde los dejaremos por ahora, por contar lo que el
caballero del Bosque pasó con el de la Triste Figura.