37. Donde se prosigue la famosa aventura
de la dueña Dolorida
En extremo se holgaron el duque y la
duquesa de ver cuán bien iba respondiendo a su intención don Quijote, y a esta
sazón dijo Sancho:
-No querría yo que esta señora dueña
pusiese algún tropiezo a la promesa de mi gobierno; porque yo he oído decir a
un boticario toledano que hablaba como un silguero que donde interviniesen
dueñas no podía suceder cosa buena. ¡Válame Dios, y qué mal estaba con ellas el
tal boticario! De lo que yo saco que, pues todas las dueñas son enfadosas e
impertinentes, de cualquiera calidad y condición que sean, ¿qué serán las que
son doloridas, como han dicho que es esta condesa Tres Faldas, o Tres Colas?
Que en mi tierra faldas y colas, colas y faldas, todo es uno.
-Calla, Sancho amigo -dijo don Quijote-;
que pues esta señora dueña de tan lueñes tierras viene a buscarme, no debe de
ser de aquellas que el boticario tenía en su número, cuanto más que esta es
condesa, y cuando las condesas sirven de dueñas, será sirviendo a reinas y a
emperatrices, que en sus casas son señorísimas que se sirven de otras dueñas.
A esto respondió doña Rodríguez, que se
halló presente:
-Dueñas tiene mi señora la duquesa en su
servicio, que pudieran ser condesas si la fortuna quisiera; pero allá van leyes
do quieren reyes, y nadie diga mal de las dueñas, y más de las antiguas y
doncellas; que aunque yo no lo soy, bien se me alcanza y se me trasluce la
ventaja que hace una dueña doncella a una dueña viuda; y quien a nosotras
trasquiló, las tijeras le quedaron en la mano.
-Con todo eso -replico Sancho-, hay tanto
que trasquilar en las dueñas, según mi barbero, cuanto será mejor no menear el
arroz, aunque se pegue.
-Siempre los escuderos -respondió doña
Rodríguez- son enemigos nuestros; que como son duendes de las antesalas y nos
veen a cada paso, los ratos que no rezan, que son muchos, los gastan en
murmurar de nosotras, desenterrándonos los huesos y enterrándonos la fama. Pues
mándoles yo a los leños movibles que, mal que les pese, hemos de vivir en el
mundo, y en las casas principales, aunque muramos de hambre y cubramos con un
negro monjil nuestras delicadas o no delicadas carnes, como quien cubre o tapa
un muladar con un tapiz en día de procesión. A fe que si me fuera dado, y el
tiempo lo pidiera, que yo diera a entender, no sólo a los presentes, sino a
todo el mundo, cómo no hay virtud que no se encierre en una dueña.
-Yo creo -dijo la duquesa- que mi buena
doña Rodríguez tiene razón, y muy grande; pero conviene que aguarde tiempo para
volver por sí y por las demás dueñas, para confundir la mala opinión de aquel
mal boticario, y desarraigar la que tiene en su pecho el gran Sancho Panza.
A lo que Sancho respondió:
-Después que tengo humos de gobernador se
me han quitado los vaguidos de escudero, y no se me da por cuantas dueñas hay
un cabrahígo.
Adelante pasaran con el coloquio dueñesco,
si no oyeran que el pífaro y los tambores volvían a sonar, por donde
entendieron que la dueña Dolorida entraba. Preguntó la duquesa al duque si
sería bien ir a recebirla, pues era condesa y persona principal.
Por lo que tiene de condesa –respondió
Sancho, antes que el duque respondiese-, bien estoy en que vuestras grandezas
salgan a recebirla: pero por lo de dueña, soy de parecer que no se muevan un
paso.
-¿Quién te mete a ti en esto, Sancho?
–dijo don Quijote.
-¿Quién, señor? respondió Sancho-. Yo me
meto, que puedo meterme, como escudero que ha aprendido los términos de la
cortesía en la escuela de vuesa merced, que es el más cortés y bien criado
caballero que hay en toda la cortesanía; y en estas cosas, según he oído decir
a vuesa merced, tanto se pierde por carta de más como por carta de menos; y al
buen entendedor, pocas palabras.
-Así es, como Sancho dice -dijo el duque-:
veremos el talle de la condesa, y por él tantearemos la cortesía que se le
debe.
En esto, entraron los tambores y el
pífaro, como la vez primera.
Y aquí con este breve capitulo dio fin el
autor, y comenzó el otro, siguiendo la mesma aventura, que es una de las mas
notables de la historia.