28. De cosas que dice Benengeli que las
sabrá quien le leyere, si las lee con atención
Cuando el valiente huye, la superchería
está descubierta; y es de varones prudentes guardarse para mejor ocasión. Esta
verdad se verificó en don Quijote, el cual, dando lugar a la furia del pueblo y
a las malas intenciones de aquel indignado escuadrón, puso pies en polvorosa, y
sin acordarse de Sancho ni del peligro en que le dejaba, se apartó tanto cuanto
le pareció que bastaba para estar seguro. Seguiale Sancho, atravesado en su
jumento, como queda referido. Llegó, en fin, ya vuelto en su acuerdo, y al
llegar, se dejó caer del rucio a los pies de Rocinante, todo ansioso, todo
molido y todo apaleado. Apeóse don Quijote para catarle las feridas; pero como
le hallase sano de los pies a la cabeza, con asaz cólera le dijo:
-¡Tan en hora mala supistes vos rebuznar,
Sancho! Y ¿dónde hallastes vos ser bueno el nombrar la soga en casa del
ahorcado? A música de rebuznos, ¿qué contrapunto se había de llevar sino de
varapalos? Y dad gracias a Dios, Sancho, que ya que os santiguaron con un palo,
no os hicieron el per signum crucis con un alfanje.
-No estoy para responder -respondió
Sancho-, porque me parece que hablo por las espaldas. Subamos y apartémonos de
aquí, que yo pondré silencio en mis rebuznos; pero no en dejar de decir que los
caballeros andantes huyen, y dejan a sus buenos escuderos molidos como alheña,
o como cibera, en poder de sus enemigos.
-No huye el que se retira -respondió don
Quijote-; porque has de saber, Sancho, que la valentía que no se funda sobre la
basa de la prudencia se llama temeridad, y las hazañas del temerario más se
atribuyen a la buena fortuna que a su ánimo. Y así, yo confieso que me he
retirado, pera no huido; y en esto he imitado a muchos valientes, que se han
guardado para tiempos mejores, y desto están las historias llenas; las cuales,
por no serte a ti de provecho, ni a mí de gusto, no te las refiero ahora.
En esto, ya estaba a caballo Sancho,
ayudado de don Quijote, el cual asimismo subió en Rocinante, y poco a poco se
fueron a emboscar en una alameda que hasta un cuarto de legua de allí se
parecía. De cuando en cuando daba Sancho unos ayes profundísimos y unos gemidos
dolorosos; y preguntándole don Quijote la causa de tan amargo sentimiento, respondió
que desde la punta del espinazo hasta la nuca del celebro le dolía de manera,
que le sacaba de sentido.
-La causa dese dolor debe de ser, sin duda
-dijo don Quijote-, que como era el palo con que te dieron largo y tendido, te
cogió todas las espaldas, donde entran todas esas partes, que te duelen; y si
más te cogiera, más te doliera.
-¡Por Dios -dijo Sancho-, que vuesa merced
me ha sacado de una gran duda, y que me la ha declarado por lindos términos!
¡Cuerpo de mi!, ¿tan encubierta estaba la causa de mi dolor, que ha sido
menester decirme que me duele todo aquello que alcanzó el palo? Si me dolieran
los tobillos, aún pudiera ser que se anduviera adivinando el por qué me dolían;
pero dolerme lo que me molieron, no es mucho adivinar. A la fe, señor nuestro
amo, cl mal ajeno de pelo cuelga, y cada día voy descubriendo tierra de lo poco
que puedo esperar de la compañía que con vuesa merced tengo; porque si esta vez
me ha dejado apalear, otra y otras ciento volveremos a los manteamientos de
marras y a otras muchacherías, que si ahora me han salido a las espaldas,
después me saldrán a los ojos. Harto mejor haría yo, sino que soy un bárbaro, y
no haré nada que bueno sea en toda mi vida, harto mejor haría yo, vuelvo a
decir, en volverme a mi casa, y a mi mujer, y a mis hijos, y sustentaría y
criarlos con lo que Dios fuese servido de darme, y no andarme tras vuesa merced
por caminos sin camino y por sendas y carreras que no las tienen, bebiendo mal
y comiendo peor. Pues ¡tomadme el dormir! Contad, hermano escudero, siete pies
de tierra, y si quisiéredes más, tomad otros tantos que en vuestra mano está
escudillar, y tendeos a todo vuestro buen talante; que quemado vea yo y hecho
polvos al primero que dio puntada en la andante caballería, o, a lo menos, al
primero que quiso ser escudero de tales tontos como debieron ser todos los
caballeros andantes pasados. De los presentes no digo nada: que por ser vuesa
merced uno dellos, los tengo respeto, y porque sé que sabe vuesa merced un
punto más que él diablo en cuanto habla y en cuanto piensa.
-Haría yo una buena apuesta con vos,
Sancho -dijo don Quijote-: que ahora que vais hablando sin que nadie os vaya a
la mano, que no os duele nada en todo vuestro cuerpo. Hablad, hijo mío, todo
aquello que os viniere al pensamiento y a la boca; que a trueco de que a vos no
os duela nada, tendré yo por gusto el enfado que me dan vuestras
impertinencias. Y si tanto deseáis volveros a vuestra casa con vuestra mujer y
hijos, no permita Dios que yo os lo impida: dineros tenéis míos; mirad cuánto
ha que esta tercera vez salimos de nuestro pueblo, y mirad lo que podéis y
debéis ganar cada mes, y pagaos de vuestra mano.
-Cuando yo servía -respondió Sancho- a
Tomé Carrasco, el padre del bachiller Sansón Carrasco, que vuesa merced bien
conocer dos ducados ganaba cada mes, amén de la comida; con vuesa merced no sé
lo que puedo ganar, puesto que sé que tiene más trabajo el escudero del
caballero andante que el que sirve a un labrador; que, en resolución, los que
servimos a labradores, por mucho que trabajemos de día, por mal que suceda, a
la noche cenamos olla, y dormimos en cama; en la cual no he dormido después que
ha que sirvo a vuesa merced. Si no ha sido el tiempo breve que estuvimos en
casa de don Diego de Miranda, y la jira que tuve con la espuma que saqué de las
ollas de Camacho, y lo que comí y bebí y dormí en casa de Basilio, todo el otro
tiempo he dormido en la dura tierra, al cielo abierto, sujeto a lo que dicen
inclemencias del cielo, sustentándome con rajas de queso y mendrugos de pan, y
bebiendo aguas, ya de arroyos, ya de fuentes: de las que encontramos por esos
andurriales donde andamos.
-Confieso -dijo don Quijote- que todo lo
que dices, Sancho, sea verdad. ¿Cuánto parece que os debo dar más de lo que os
daba Tomé Carrasco?
-A mi parecer -dijo Sancho-, con dos
reales más que vuesa merced añadiese cada mes me tendría por bien pagado. Esto
es cuanto al salario de mi trabajo; pero en cuanto a satisfacerme a la palabra
y promesa que vuesa merced me tiene hecha de darme el gobierno de una ínsula,
sería justo que se me añadiesen otros seis reales, que por todos serían
treinta.
-Está muy bien -replicó don Quijote-; y
conforme al salario que vos os habéis señalado, veinticinco días ha que salimos
de nuestro pueblo: contad, Sancho, rata por cantidad, y mirad lo que os debo, y
pagaos, como os tengo dicho, de vuestra mano.
-¡Oh, cuerpo de mí! -dijo Sancho-, que va
vuesa merced muy errado en esta cuenta; porque en lo de la promesa de la ínsula
se ha de contar desde el día que vuesa merced me la prometió hasta la presente
hora en que estamos.
-Pues ¿qué tanto ha, Sancho, que os la
prometí? -dijo don Quijote.
-Si yo mal no me acuerdo -respondió
Sancho-, debe de haber más de veinte años, tres días más o menos.
Diose don Quijote una gran palmada en la frente,
y comenzó a reír muy de gana, y dijo:
-Pues no anduve yo en Sierra Morena, ni en
todo el discurso de nuestras salidas, sino dos meses apenas, y ¿dices, Sancho,
que ha veinte años que te prometí la ínsula? Ahora digo que quieres que se
consuma en tus salarios el dinero que tienes mío; y si esto es así, y tú gustas
dello, desde aquí te lo doy, y buen provecho te haga; que a trueco de yerme sin
tan mal escudero, holgaréme de quedarme pobre y sin blanca. Pero dime,
prevaricador de las ordenanzas escuderiles de la andante caballería, ¿dónde has
visto tú, o leído, que ningún escudero de caballero andante se haya puesto con
su señor en «tanto más cuánto me habéis de dar cada mes porque os sirva»?
Entrate, éntrate, malandrín, follón y vestigio, que todo lo pareces, éntrate,
digo, por el mare magnum de sus historias; y si hallares que algún
escudero haya dicho, ni pensado, lo que aquí has dicho, quiero que me le claves
en la frente, y por añadidura, me hagas cuatro mamonas selladas en mi rostro.
Vuelve las riendas, o el cabestro, al rucio, y vuélvete a tu casa; porque un
solo paso desde aquí no has de pasar más adelante conmigo. ¡Oh pan mal
conocido! ¡Oh promesas mal colocadas! ¡Oh hombre que tiene más de bestia que de
persona! ¿Ahora, cuando yo pensaba ponerte en estado, y tal, que a pesar de tu
mujer te llamaran señoría, te despides? ¿Ahora te vas, cuando yo venía con
intención firme y valedera de hacerte señor de la mejor ínsula del mundo? En
fin, como tú has dicho otras veces, no es la miel... etcétera. Asno eres, y
asno has de ser, y en asno has de parar cuando se te acabe el curso de la vida;
que para mí tengo que antes llegará ella a su último término que tú caigas y
des en la cuenta de que eres bestia.
Miraba Sancho a don Quijote de en hito en
hito, en tanto que los tales vituperios le decía, y compungióse de manera, que
le vinieron las lágrimas a los ojos, y con voz dolorida y enferma, le dijo:
-Señor mío, yo confieso que para ser del
todo asno no me falta más de la cola; si vuesa merced quiere ponérmela, yo la
daré por bien puesta, y le serviré como jumento todos los días que me quedan de
mi vida. Vuesa merced me perdone, y se duela de mi mocedad, y advierta que sé
poco, y que si hablo mucho, más procede de enfermedad que de malicia; mas quien
yerra y se enmienda, a Dios se encomienda.
-Maravillárame yo, Sancho, si no mezclaras
algún refrancico en tu coloquio. Ahora bien, yo te perdono, con que te
enmiendes, y con que no te muestres de aquí adelante tan amigo de tu interés,
sino que procures ensanchar el corazón, y te alientes y animes a esperar el
cumplimiento de mis promesas, que, aunque se tarda, no se imposibilita.
Sancho respondió que sí haría, aunque
sacase fuerzas de flaqueza.
Con esto, se metieron en la alameda, y don
Quijote se acomodó al pie de un olmo, y Sancho al de una haya; que estos tales
árboles y otros sus semejantes siempre tienen pies, y no manos. Sancho pasó la
noche penosamente, porque el varapalo se hacía más sentir con el sereno. Don
Quijote la pasó en sus continuas memorias; pero, con todo eso, dieron los ojos
al sueño, y al salir del alba siguieron su camino buscando las riberas del
famoso Ebro, donde les sucedió lo que se contará en el capítulo venidero.