25.
Donde se apunta la aventura del rebuzno y la graciosa del titerero, con
las memorables adivinanzas del mono adivino
No se le cocía el pan a don Quijote, como
suele decirse, hasta oír y saber las maravillas prometidas del hombre condutor
de las armas. Fuele a buscar donde el ventero le había dicho que estaba, y
hallóle, y dijole que en todo caso le dijese luego lo que le había de decir
después, acerca de lo que le había preguntado en el camino. El hombre le
respondió:
-Más despacio, y no en pie, se ha de tomar
el cuento de mis maravillas: déjeme vuesa merced, señor bueno, acabar de dar
recado a mi bestia; que yo le diré cosas que le admiren.
-No quede por eso -respondió don Quijote-;
que yo os ayudaré a todo.
Y así lo hizo, ahechándole la cebada y
limpiando el pesebre, humildad que obligó al hombre a contarle con buena
voluntad lo que le pedía; y sentándose en un poyo, y don Quijote junto a él,
teniendo por senado y auditorio al primo, al paje, a Sancho Panza y al ventero,
comenzó a decir desta manera:
«Sabrán vuesas mercedes que en un lugar
que está cuatro leguas y media desta venta sucedió que a un regidor dél, por
industria y engaño de una muchacha criada suya, y esto es largo de contar, le
faltó un asno, y aunque el tal regidor hizo las diligencias posibles por
hallarle, no fue posible. Quince días serían pasados, según es pública voz y
fama, que el asno faltaba, cuando, estando en la plaza el regidor perdidoso,
otro regidor del mismo pueblo le dijo:
-Dadme albricias, compadre; que vuestro
jumento ha parecido.
-Yo os las mando, y buenas, compadre
-respondió el otro-; pero sepamos dónde ha parecido.
-En el monte -respondió el hallador- le vi
esta mañana, sin albarda y sin aparejo alguno, y tan flaco, que era una
compasión miralle. Quísele antecoger delante de mí y traérosle; pero está ya
tan montaraz y tan huraño, que cuando llegué a él, se fue huyendo y se entró en
lo más escondido del monte. Si queréis que volvamos los dos a buscarle, dejadme
poner esta borrica en mi casa; que luego vuelvo.
-Mucho placer me haréis -dijo el del
jumento-, y yo procuraré pagároslo en la mesma moneda.
Con estas circunstancias todas, y de la
mesma manera que yo lo voy contando, lo cuentan todos aquellos que están
enterados en la verdad deste caso. En resolución, los dos regidores, a pie y
mano a mano, se fueron al monte, y llegando al lugar y sitio donde pensaron
hallar el asno, no le hallaron, ni pareció por todos aquellos contornos, aunque
más le buscaron. Viendo, pues, que no parecía, dijo el regidor que le había
visto al otro:
-Mirad, compadre: una traza me ha venido
al pensamiento, con la cual sin duda alguna podremos descubrir este animal,
aunque esté metido en las entrañas de la tierra, no que del monte; y es que yo
sé rebuznar maravillosamente; y si vos sabéis algún tanto, dad el hecho por
concluido.
-¿Algún tanto decís, compadre? -dijo el
otro-. Por Dios, que no dé la ventaja a nadie, ni aun a los mesmos asnos.
-Ahora lo veremos -respondió el regidor
segundo-; porque tengo determinado que os vais vos por una parte del monte y yo
por otra, de modo que le rodeemos y andemos todo, y de trecho en trecho
rebuznaréis vos y rebuznaré yo, y no podrá ser menos sino que el asno nos oya y
nos responda, si es que está en el monte.
A lo que respondió el dueño del jumento:
-Digo, compadre, que la traza es excelente
y digna de vuestro gran ingenio.
Y dividiéndose los dos según el acuerdo,
sucedió que casi a un mesmo tiempo rebuznaron, y cada uno engañado del rebuzno
del otro, acudieron a buscarse, pensando que ya el jumento había parecido; y en
viéndose, dijo el perdidoso:
-¿Es posible, compadre, que no fue mi asno
el que rebuznó?
-No fue sino yo -respondió el otro.
-Ahora digo -dijo el dueño- que de vos a
un asno, compadre, no hay alguna diferencia, en cuanto toca al rebuznar; porque
en mi vida he visto ni oído cosa más propia.
-Esas alabanzas y encarecimiento
-respondió el de la traza- mejor os atañen y tocan a vos que a mí, compadre;
que por el Dios que me crió que podéis dar dos rebuznos de ventaja al mayor y
más perito rebuznador del mundo; porque el sonido que tenéis es alto; lo
sostenido de la voz, a su tiempo y compás; los dejos, mochos y apresurados; y,
en resolución, yo me doy por vencido y os rindo la palma y doy la bandera desta
rara habilidad.
-Ahora digo -respondió el dueño- que me
tendré y estimaré en más de aquí adelante, y pensaré que sé alguna cosa, pues
tengo alguna gracia; que puesto que pensara que rebuznaba bien, nunca entendí
que llegaba al extremo que decís.
-También diré yo ahora -respondió el
segundo- que hay raras habilidades perdidas en el mundo, y que son mal
empleadas en aquellos que no saben aprovecharse dellas.
Las nuestras -respondió el dueño- si no es
en casos semejantes como el que traemos entre manos, no nos pueden servir en
otros; y aun en éste plega a Dios que nos sean de provecho.
Esto dicho, se tornaron a dividir y a
volver a sus rebuznos, y a cada paso se engañaban y volvían a juntarse, hasta
que se dieron por contraseño que para entender que eran ellos, y no el asno,
rebuznasen dos veces, una tras otra. Con esto, doblando a cada paso los
rebuznos, rodearon todo el monte sin que el perdido jumento respondiese, ni aun
por señas. Mas ¿cómo había de responder el pobre y mal logrado, si le hallaron
en lo más escondido del bosque, comido de lobos? Y en viéndole, dijo su dueño:
-Ya me maravillaba yo de que él no
respondía, pues a no estar muerto, él rebuznara si nos oyera, o no fuera asno;
pero a trueco de haberos oído rebuznar con tanta gracia, compadre, doy por bien
empleado el trabajo que he tenido en buscarle, aunque le he hallado muerto.
-En buena mano está, compadre -respondió
el otro-; pues si bien canta el abad, no le va en zaga el monacillo.
Con esto, desconsolados y roncos, se
volvieron a su aldea, adonde contaron a sus amigos, vecinos y conocidos cuanto
les había acontecido en la busca del asno, exagerando el uno la gracia del otro
en el rebuznar, todo lo cual se supo y se extendió por los lugares
circunvecinos. Y el diablo, que no duerme, como es amigo de sembrar y derramar
rencillas y discordia por doquiera, levantando caramillos en el viento y
grandes quimeras de no nada, ordenó e hizo que las gentes de los otros pueblos,
en viendo a alguno de nuestra aldea, rebuznasen, como dándoles en rostro con el
rebuzno de nuestros regidores. Dieron en ello los muchachos, que fue dar en
manos y en bocas de todos los demonios del infierno, y fue cundiendo el rebuzno
de en uno en otro pueblo, de manera, que son conocidos los naturales del pueblo
del rebuzno como son conocidos y diferenciados los negros de los blancos; y ha
llegado a tanto la desgracia desta burla, que muchas veces con mano armada y
formado escuadrón han salido contra los burladores los burlados a darse la
batalla, sin poderlo remediar rey ni roque, ni temor ni vergüenza.
Yo creo que mañana o esotro día han de
salir en campaña los de mi pueblo, que son los del rebuzno, contra otro lugar
que está a dos leguas del nuestro, que es uno de los que más nos persiguen; y
por salir bien apercebidos, llevo compradas estas lanzas y alabardas que habéis
visto. Y éstas son las maravillas que dije que os había de contar; y si no os
lo han parecido, no sé otras.»
Y con esto dio fin a su plática el buen
hombre, y en esto, entró por la puerta de la venta un hombre todo vestido de
camuza, medias, gregüescos y jubón, y con voz levantada dijo:
-Señor huésped, ¿hay posada? Que viene
aquí el mono adivino y el retablo de la libertad de Melisendra.
-¡Cuerno de tal -dijo el ventero-, que
aquí está el señor mase Pedro! Buena noche se nos apareja.
Olvidábaseme de decir como el tal mase
Pedro traía cubierto el ojo izquierdo y casi medio carrillo con un parche de
tafetán verde, señal que todo aquel lado debía de estar enfermo; y el ventero
prosiguió, diciendo:
-Sea bien venido vuesa merced, señor mase
Pedro. ¿Adónde está el mono y el retablo, que no los veo?
-Ya llegan cerca -respondió el todo
camuza-; sino que yo me he adelantado, a saber si hay posada.
-Al mismo duque de Alba se la quitara para
dársela al señor mase Pedro -respondió el ventero-: llegue el mono y el
retablo; que gente hay esta noche en la venta, que pagará el verle, y las
habilidades del mono.
-Sea en buen hora -respondió el del
parche-; que yo moderaré el precio, y con sola la costa me daré por bien
pagado; y yo vuelvo a hacer que camine la carreta donde viene el mono y el
retablo.
Y luego se volvió a salir de la venta.
Preguntó luego don Quijote al ventero qué
mase Pedro era aquél y qué retablo y qué mono traía. A lo que respondió el
ventero:
-Este es un famoso titerero, que ha muchos
días que anda por esta Mancha de Aragón enseñando un retablo de la libertad de
Melisendra, dada por el famoso don Gaiferos, que es una de las mejores y más
bien representadas historias que de muchos años a esta parte en este reino se
han visto. Trae asimismo consigo un mono de la más rara habilidad que se vio
entre monos, ni se imaginó entre hombres; porque si le preguntan algo, está
atento a lo que le preguntan y luego salta sobre los hombros de su amo, y,
llegándosele al oído, le dice la respuesta de lo que le preguntan, y ámese
Pedro la declara luego; y de las cosas pasadas dice mucho más de que las que
están por venir; y aunque no todas veces acierta en todas, en las más no yerra;
de modo, que nos hace creer que tiene el diablo en el cuerpo. Dos reales lleva
por cada pregunta, si es que el mono responde, quiero decir, si responde el amo
por él, después de haberle hablado al oído; y así, se cree que el tal maese
Pedro está riquísimo; y es hombre galante, como dicen en Italia, y bon
compaño, y dase la mejor vida del mundo; habla más que seis y bebe más que
doce, todo a costa de su lengua, y de su mono, y de su retablo.
En esto volvió maese Pedro, y en una
carreta venia el retablo, y el mono, grande y sin cola, con las posaderas de
fieltro, pero no de mala cara; y apenas le vio don Quijote, cuando le preguntó:
-Dígame vuesa merced, señor adivino: ¿qué
peje pillamo? ¿Qué ha de ser de nosotros? Y vea aquí mis dos reales.
Y mandó a Sancho que se los diese a ámese
Pedro, el cual respondió por el mono, y dijo:
-Señor, este animal no responde ni da
noticia de las cosas que están por venir; de las pasadas sabe algo, y de las
presentes, algún tanto.
-¡Voto a Rus -dijo Sancho- no dé yo un
ardite por que me diga lo que por mí ha pasado!; porque ¿quién lo puede saber
mejor que yo mesmo? Y pagar yo porque me digan lo que sé sería una gran
necedad; pero pues sabe las cosas presentes, he aquí mis dos reales, y dígame
el señor monísimo qué hace ahora mi mujer Teresa Panza, y en qué se entretiene.
No quiso tomar maese Pedro el dinero,
diciendo:
-No quiero recebir adelantados los
premios, sin que hayan precedido los servicios.
Y dando con la mano derecha dos golpes
sobre el hombro izquierdo, en un brinco se le puso el mono en él, y llegando la
boca al oído, daba diente con diente muy apriesa; y habiendo hecho este ademán
por espacio de un credo, de otro brinco se puso en el suelo, y al punto, con
grandísima priesa, se fue maese Pedro a poner de rodillas ante don Quijote, y
abrazándole las piernas, dijo:
-Estas piernas abrazo, bien así como si
abrazara las dos colunas de Hércules, ¡oh resucitador insigne de la ya puesta
en olvido andante caballería! ¡Oh no jamás como se debe alabado caballero don
Quijote de la Mancha, ánimo de los desmayados, arrimo de los que van a caer,
brazo de los caídos, báculo y consuelo de todos los desdichados!
Quedó pasmado don Quijote, absorto Sancho,
suspenso el primo, atónito el paje, abobado el del rebuzno, confuso el ventero,
y, finalmente, espantados todos los que oyeron las razones del literero, el
cual prosiguió, diciendo:
-Y tú, ¡oh buen Sancho Panza!, el mejor
escudero y del mejor caballero del mundo, alégrate; que tu buena mujer Teresa
está buena, y ésta es la hora en que ella está rastrillando una libra de lino,
y, por más señas, tiene a su lado izquierdo un jarro desbocado que cabe un buen
porqué de vino, con que se entretiene en su trabajo.
Eso creo yo muy bien -respondió Sancho-;
porque es ella una bienaventurada, y a no ser celosa, no la trocara yo por la
giganta Andandona, que, según mi señor, fue una mujer muy cabal y muy de pro; y
es mi Teresa de aquellas que no se dejan mal pasar, aunque sea a costa de sus
herederos.
-Ahora digo -dijo a esta sazón don
Quijote que el que lee mucho y anda
mucho, vee mucho y sabe mucho. Digo esto porque ¿qué persuasión fuera bastante
para persuadirme que hay monos en el mundo que adivinen, como lo he visto por
mis propios ojos? Porque yo soy el mesmo don Quijote de la Mancha que este buen
animal ha dicho, puesto que se ha extendido algún tanto en mis alabanzas; pero
como quiera que yo me sea, doy gracias al cielo, que me dotó de un ánimo blando
y compasivo, inclinado siempre a hacer bien a todos y mal a ninguno.
-Si yo tuviera dineros -dijo el paje-,
preguntara al señor mono qué me ha de suceder en la peregrinación que llevo.
A lo que respondió maese Pedro, que ya se
había levantado de los pies de don Quijote:
-Ya he dicho que esta bestezuela no
responde a lo por venir; que si respondiera, no importara no haber dineros; que
por servicio del señor don Quijote, que está presente, dejara yo todos los
intereses del mundo. Y agora, porque se lo debo, y por darle gusto, quiero
armar mi retablo y dar placer a cuantos están en la venta, sin paga alguna.
Oyendo lo cual el ventero, alegre
sobremanera, señaló el lugar donde se podía poner el retablo, que en un punto
fue hecho.
Don Quijote no estaba muy contento con las
adivinanzas del mono, por parecerle no ser a propósito que un mono adivinase,
ni las de por venir ni las pasadas cosas; y así, en tanto que maese Pedro
acomodaba el retablo, se retiró don Quijote con Sancho a un rincón de la
caballeriza, donde, sin ser oídos de nadie, le dijo:
-Mira, Sancho, yo he considerado bien la
extraña habilidad deste mono, y hallo por mi cuenta que sin duda este maese
Pedro su amo debe de tener hecho pacto, tácito o expreso, con el demonio.
-Si el patio es espeso y del demonio -dijo
Sancho-, sin duda debe de ser muy sucio patio; pero ¿de qué provecho le es al
tal maese Pedro tener esos patios?
-No me entiendes, Sancho: no quiero decir
sino que debe de tener hecho algún concierto con el demonio, de que infunda esa
habilidad en el mono, con que gane de comer, y después que esté rico le dará su
alma, que es lo que este universal enemigo pretende. Y háceme creer esto el ver
que el mono no responde sino a las cosas pasadas o presentes, y la sabiduría
del diablo no se puede extender a más; que las por venir no las sabe si no es
por conjeturas, y no todas veces; que a solo Dios está reservado conocer los
tiempos y los momentos, y para El no hay pasado ni porvenir; que todo es
presente. Y siendo así, como lo es, está claro que este mono habla con el
estilo del diablo; y estoy maravillado cómo no le han acusado al Santo Oficio,
y examinádole, y sacádole de cuajo en virtud de quién adivina; porque cierto
está que este mono no es astrólogo, ni su amo ni él alzan, ni saben alzar,
estas figuras que llaman judiciarias, que tanto ahora se usan en España, que no
hay mujercilla, ni paje, ni zapatero de viejo que no presuma de alzar una
figura, como si fuera una sota de naipes del suelo, echando a perder con sus
mentiras e ignorancias la verdad maravillosa de la ciencia. De una señora sé yo
que preguntó a uno destos figureros que si una perrilla de falda, pequeña, que
tenía, si se empreñaría y pariría, y cuántos y de qué color serían los perros
que pariese. A lo que el señor judiciario, después de haber alzado la figura
respondió que la perrica se empreñaría, y pariría tres perricos, el uno verde,
el otro encarnado y el otro de mezcla, con tal condición, que la tal perra se
cubriese entre las once y doce del día, o de la noche, y que fuese en lunes, o
en sábado; y lo que sucedió fue que de allí a dos días se murió la perra de
ahíta, y el señor levantador quedó acreditado en el lugar por acertadísimo
judiciario, como lo quedan todos o los más levantadores.
-Con todo eso, querría -dijo Sancho- que
vuesa merced dijese a maese Pedro preguntase a su mono si es verdad lo que a
vuesa merced le pasó en la cueva de Montesinos; que yo para mí tengo, con
perdón de vuesa merced, que todo fue embeleco y mentira, o, por lo menos, cosas
soñadas.
-Todo podría ser -respondió don Quijote-;
pero yo haré lo que me aconsejas, puesto que me ha de quedar un no sé qué de
escrúpulo.
Estando en esto, llegó maese Pedro a
buscar a don Quijote y decirle que ya estaba en orden el retablo; que su merced
viniese a verle, porque lo merecía. Don Quijote le comunicó su pensamiento, y
le rogó preguntase luego a su mono le dijese si ciertas cosas que había pasado
en la cueva de Montesinos habían sido soñadas, o verdaderas; porque a él le
parecía que tenían de todo. A lo que maese Pedro, sin responder palabra, volvió
a traer el mono, y puesto delante de don Quijote y de Sancho, dijo:
-Mirad, señor mono, que este caballero
quiere saber si ciertas cosas que le pasaron en una cueva llamada de
Montesinos, si fueron falsas, o verdaderas.
Y haciéndole la acostumbrada señal, el
mono se le subió en el hombro izquierdo, y hablándole, al parecer, en el oído,
dijo luego ámese Pedro:
-El mono dice que parte de las cosas que
vuesa merced vio, o pasó, en la dicha cueva son falsas, y parte verisímiles; y
que esto es lo que sabe y no otra cosa, en cuanto a esta pregunta; y que si
vuesa merced quisiere saber más, que el viernes venidero responderá a todo lo
que se le preguntare; que por ahora se le ha acabado la virtud, que no le
vendrá hasta el viernes, como dicho tiene.
-¿No lo decía yo -dijo Sancho-, que no se
me podía asentar que todo lo que vuesa merced, señor mío, ha dicho de los
acontecimientos de la cueva era verdad, ni aun la mitad?
-Los sucesos lo dirán, Sancho –respondió
don Quijote-; que el tiempo, descubridor de todas las cosas, no se deja ninguna
que no la saque a la luz del sol, aunque esté escondida en los senos de la
tierra. Y por ahora, baste esto, y vámonos a ver el retablo del buen ámese
Pedro, que para mí tengo que debe de tener alguna novedad.
-¿Cómo alguna? -respondió maese Pedro-.
Sesenta mil encierra en sí este mi retablo: dígole a vuesa merced, mi señor don
Quijote, que es una de las cosas más de ver que hoy tiene el mundo, y operibus
credite, et non verbis, y manos a la labor; que se hace tarde y tenemos
mucho que hacer, y que decir, y que mostrar.
Obedeciéronle don Quijote y Sancho, y
vinieron donde ya estaba el retablo puesto y descubierto, lleno por todas
partes de candelillas de cera encendidas, que le hacían vistoso y
resplandeciente. En llegando, se metió ámese Pedro dentro dél, que era el que
había de manejar las figuras de artificio, y fuera se puso un muchacho, criado
del maese Pedro, para servir de intérprete y declarador de los misterios del
tal retablo: tenía una varilla en la mano, con que señalaba las figuras que
salían.
Puestos, pues, todos cuantos había en la
venta, y algunos en pie, frontero del retablo, y acomodados don Quijote,
Sancho, el paje y el primo en los mejores lugares, el trujamán comenzó a decir
lo que oirá y verá el que le oyere o viere el capítulo siguiente.