40. Donde se prosigue la historia del
cautivo
Soneto
Almas dichosas que
del mortal velo
libres y exentas, por el
bien que obrastes,
desde la baja tierra os
levantastes,
a lo más alto y lo
mejor del cielo,
y, ardiendo en ira y
en honroso celo,
de los cuernos la
fuerza ejercitastes,
que en propia y sangre
ajena colorastes
el mar vecino y arenoso
suelo;
primero que el valor
faltó la vida
en los cansados brazos,
que, muriendo,
con ser vencidos,
llevan la vitoria.
Y esta vuestra
mortal, triste caída
entre el muro y el
hierro, os va adquiriendo
fama que el mundo os da,
y el cielo gloria.
-Desa mesma manera le sé yo -dijo el
cautivo.
-Pues el del fuerte, si mal no me acuerdo
–dijo el caballero-, dice así:
Soneto
De entre esta tierra
estéril, derribada,
destos terrones por el
suelo echados,
las almas santas de
tres mil soldados
subieron vivas a mejor
morada,
siendo primero, en
vano, ejercitada
la fuerza de sus brazos
esforzados,
hasta que, al fin, de
pocos y cansados,
dieron la vida al filo
de la espada.
Y éste es el suelo
que continuo ha sido
de mil memorias
lamentables lleno
en los pasados siglos
y presentes.
Mas no más justas de
su duro seno
habrán al claro cielo
almas subido,
ni aun él sostuvo
cuernos tan valientes.
No parecieron mal los sonetos, y el
cautivo se alegré con las nuevas que de su camarada le dieron, y, prosiguiendo
su cuento, dijo:
-Rendidos, pues, la Goleta y el fuerte,
los turcos dieron orden en desmantelar la Goleta (porque el fuerte quedó tal,
que no hubo qué poner por tierra), y para hacerlo con más brevedad y menos
trabajo, la minaron por tres partes; pero con ninguna se pudo volar lo que
parecía menos fuerte, que eran las murallas viejas, y todo aquello que había
quedado en pie de la fortificación nueva que había hecho el Fratín, con mucha
facilidad vino a tierra. En resolución, la armada volvió a Constantinopla
triunfante y vencedora, y de allí a pocos meses murió mi amo el Uchalí, al cual
llamaban Uchalí Fartax, que quiere decir en lengua turquesca el renegado
tiñoso, porque lo era, y es costumbre entre los turcos ponerse nombres de
alguna falta que tengan, o de alguna virtud que en ellos haya; y esto es porque
no hay entre ellos sino cuatro apellidos de linajes que decienden de la casa
Otomana, y los demás, como tengo dicho, toman nombre y apellido ya de las
tachas del cuerno, y ya de las virtudes del ánimo. Y este Tiñoso bogó el remo,
siendo esclavo del Gran Señor, catorce años, y a mas de los treinta y cuatro de
su edad renegó, de despecho de que un turco, estando al remo, le dio un
bofetón, y por poderse vengar dejó su fe; y fue tanto su valor, que, sin subir
por los torpes medios y caminos que los más privados del Gran Turco suben, vino
a ser rey de Argel, y después, a ser general de la mar, que es el tercero cargo
que hay en aquel señorío. Era calabrés de nación, y moralmente fue hombre de
bien, y trataba con mucha humanidad a sus cautivos, que llego a tener tres mil,
los cuales, después de su muerte, se repartieron, como él lo dejó en su
testamento, entre el Gran Señor (que también es hijo heredero de cuantos mueren
y entra a la parte con los más hijos que deja el difunto) y entre sus
renegados; y yo cupe a un renegado veneciano que, siendo grumete de una nave,
le cautivó el Uchalí, y le quiso tanto, que fue uno de los más regalados
garzones suyos, y él vino a ser el más cruel renegado que jamás se ha visto.
Llamábase Azán Agá, y llegó a ser muy rico, y a ser rey de Argel; con el cual
yo vine de Constantinopla, algo contento, por estar tan cerca de España, no
porque pensase escribir a nadie el desdichado suceso mío, sino por ver si me
era más favorable la suerte en Argel que en Constantinopla, donde ya había
probado mil maneras de huirme, y ninguna tuvo sazón ni ventura; y pensaba en
Argel buscar otros medios de alcanzar lo que tanto deseaba, porque jamás me
desamparó la esperanza de tener libertad; y cuando en lo que fabricaba, pensaba
y ponía por obra no correspondía el suceso a la intención, luego, sin
abandonarme, fingía y buscaba otra esperanza que me sustentase, aunque fuese
débil y flaca. Con esto entretenía la vida, encerrado en una prisión o casa que
los turcos llaman baño, donde encierran los cautivos cristianos, así los que
son del rey como de algunos particulares, y los que llaman del almacén, que es
como decir cautivos del concejo, que sirven a la ciudad en las obras públicas
que hace y en otros oficios, y estos tales cautivos tienen muy dificultosa su
libertad; que, como son del común y no tienen amo particular, no hay con quien
tratar su rescate, aunque le tengan. En estos baños, como tengo dicho, suelen
llevar a sus cautivos algunos particulares del pueblo, principalmente cuando
son de rescate, porque allí los tienen holgados y seguros hasta que venga su
rescate. También los cautivos del rey que son de rescate no salen al trabajo
con la demás chusma, si no es cuando se tarda su rescate; que entonces, por
hacerles que escriban por él con más ahínco, les hacen trabajar y ir por leña
con los demás, que es un no pequeño trabajo.
Yo, pues, era uno de los de rescate; que
como se supo que era capitán, puesto que dije mi poca posibilidad y falta de
hacienda, no aprovechó nada para que no me pusiesen en el número de los
caballeros y gente de rescate. Pusiéronme una cadena, más por señal de rescate
que por guardarme con ella, y así pasaba la vida en aquel baño, con otros
muchos caballeros y gente principal, señalados y tenidos por de rescate; y
aunque la hambre y desnudez pudiera fatigarnos a veces, y aun casi siempre,
ninguna cosa nos fatigaba tanto como oír y ver a cada paso las jamás vistas ni
oídas crueldades que mi amo usaba con los cristianos. Cada día ahorcaba el
suyo, empalaba a éste, desorejaba a aquél; y esto, por tan poca ocasión, y tan
sin ella, que los turcos conocían que lo hacia no más de por hacerlo, y por ser
natural condición suya ser homicida de todo el género humano. Solo libró bien
con él un soldado español llamado tal de Saavedra, el cual, con haber hecho
cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años, y todas
por alcanzar libertad, jamás le dio palo, ni se lo mandó dar, ni le dijo mala
palabra; y por la menor cosa de muchos que hizo temíamos todos que había de ser
empalado, y así lo temió él más de una vez; y si no fuera porque el tiempo no
da lugar, yo dijera ahora algo de lo que este soldado hizo, que fuera parte
para entreteneros y admiraros harto mejor que con el cuento de mi historia.
Digo, pues, que encima del patio de
nuestra prisión caían las ventanas de la casa de un moro rico y principal, las
cuales, como de ordinario son las de los moros, más eran agujeros que ventanas,
y aun éstas se cubrían con celosías muy espesas y apretadas. Acaeció, pues, que
un día, estando en un terrado de nuestra prisión con otros tres compañeros,
haciendo pruebas de saltar con las cadenas, por entretener el tiempo, estando
solos, porque todos los demás cristianos habían salido a trabajar, alcé acaso
los ojos y vi que por aquellas cerradas ventanillas que he dicho parecía una
caña, y al remate della puesto un lienzo atado, y la caña se estaba blandeando
y moviéndose, casi como si hiciera señas que llegásemos a tomarla. Miramos en
ello, y uno de los que conmigo estaban fue a ponerse debajo de la caña, por ver
si la soltaban, o lo que hacían; pero así como llegó, alzaron la caña y la movieron
a los dos lados, como si dijeran no con la cabeza. Volvióse el cristiano, y
tornáronla a bajar y hacer los mesmos movimientos que primero. Fue otro de mis
compañeros, y sucedióle lo mesmo que al primero. Finalmente, fue el tercero, y
avínole lo que al primero y al segundo. Viendo yo esto, no quise dejar de
probar la suerte, y así como llegué a ponerme debajo de la caña, la dejaron
caer, y dio a mis pies dentro del baño. Acudí luego a desatar el lienzo, en el
cual vi un nudo, y dentro dél venían diez cianís, que son unas monedas de oro
bajo que usan los moros, que cada una vale diez reales de los nuestros. Si me
holgué con el hallazgo no hay para qué decirlo, pues fue tanto el contento como
la admiración de pensar de dónde podía venimos aquel bien, especialmente a mi,
pues las muestras de no haber querido soltar la caña sino a mí claro decían que
a mi se hacia la merced. Tomé mi buen dinero, quebré la caña, volvíme al
terradillo, miré la ventana, y vi que por ella salía una muy blanca mano; que
la abrían y cerraban muy apriesa. Con esto entendimos o imaginamos que alguna
mujer que en aquella casa vivía nos debía de haber hecho aquel beneficio; y en
señal de que lo agradecíamos hecimos zalemas a uso de moros, inclinando la
cabeza, doblando el cuerpo y poniendo los brazos sobre el pecho. De allí a poco
sacaron por la mesma ventana una pequeña cruz hecha de cañas, y luego la
volvieron a entrar. Esta señal nos confirmé en que alguna cristiana debía de
estar cautiva en aquella casa, y era la que el bien nos hacía; pero la blancura
de la mano, y las ajorcas que en ella vimos, nos deshizo este pensamiento,
puesto que imaginamos que debía de ser cristiana renegada, a quien de ordinario
suelen tomar por legítimas mujeres sus mesmos amos, y aun lo tienen a ventura,
porque las estiman en más que las de su nación. En todos nuestros discursos
dimos muy lejos de la verdad del caso, y así, todo nuestro entretenimiento
desde allí adelante era mirar y tener por norte a la ventana donde nos había
aparecido la estrella de la caña; pero bien se pasaron quince días en que no la
vimos, ni la mano tampoco, ni otra señal alguna. Y aunque en este tiempo
procuramos con toda solicitud saber quién en aquella casa vivía, y si había en
ella alguna cristiana renegada, jamás hubo quien nos dijese otra cosa sino que
allí vivía un moro principal y rico, llamado Agi Morato, alcaide que había sido
de la Pata, que es oficio entre ellos de mucha calidad; mas cuando más
descuidados estábamos de que por allí habían de llover más cianís, vimos a deshora
parecer la caña, y otro lienzo en ella, con otro nudo más crecido; y esto fue a
tiempo que estaba el baño, como la vez pasada, solo y sin gente. Hecimos la
acostumbrada prueba, yendo cada uno primero que yo, de los mismos tres que
estábamos; pero a ninguno se rindió la caña sino a mi, porque en llegando yo,
la dejaron caer. Desaté el nudo y hallé cuarenta escudos de oro españoles y un
papel escrito en arábigo, y al cabo de lo escrito, hecha una grande cruz. Besé
la cruz, tomé los escudos, volvíme al terrado, hecimos todos nuestras zalemas,
torné a parecer la mano, hice señas que leería el papel, cerraron la ventana.
Quedamos todos confusos y alegres con lo
sucedido; y como ninguno de nosotros no entendía el arábigo, era grande el
deseo que teníamos de entender lo que el papel contenía, y mayor la dificultad
de buscar quien lo leyese. En fin, yo me determiné de fiarme de un renegado,
natural de Murcia, que se había dado por grande amigo mío, y puesto prendas
entre los dos, que le obligaban a guardar el secreto que le encargase; porque
suelen algunos renegados, cuando tienen intención de volverse a tierra de
cristianos, traer consigo algunas firmas de cautivos principales, en que dan
fe, en la forma que pueden, cómo el tal renegado es hombre de bien, y que
siempre ha hecho bien a cristianos, y que lleva deseo de huirse en la primera
ocasión que se le ofrezca. Algunos hay que procuran estas fees con buena
intención; otros se sirven dellas acaso y de industria; que viniendo a robar a
tierra de cristianos, si a dicha se pierden o los cautivan, sacan sus firmas y
dicen que por aquellos papeles se verá el propósito con que venían, el cual era
de quedarse en tierra de cristianos, y que por eso venían en corso con los
demás turcos. Con esto se escapan de aquel primer ímpetu, y se reconcilian con
la Iglesia, sin que se les haga daño; y cuando veen la suya, se vuelven a
Berbería a ser lo que antes eran. Otros hay que usan destos papeles, y los
procuran con buen intento, y se quedan en tierra de cristianos. Pues uno de los
renegados que he dicho era este mi amigo, el cual tenía firmas de todas
nuestras camaradas, donde le acreditábamos cuanto era posible; y si los moros
le hallaran estos papeles, le quemaran vivo. Supe que sabía muy bien arábigo, y
no solamente hablarlo, sino escribirlo; pero
antes que del todo me declarase con él, le dije que me leyese aquel
papel, que acaso me había hallado en un agujero de mi rancho. Abriéle, y estuvo
un buen espacio mirándole y construyéndole, murmurando entre los dientes.
Preguntéle sí lo entendía; díjome que muy bien, y que si quería que me lo
declarase palabra por palabra, que le diese tinta y pluma, porque mejor lo
hiciese. Dímosle luego lo que pedía, y él poco a poco lo fue traduciendo, y en
acabando, dijo:
-Todo lo que va aquí en romance sin faltar
letra, es lo que contiene este papel morisco, y hase de advertir que adonde
dice Lela Marién quiere decir Nuestra Señora la Virgen María.
Leimos el papel, y decía así:
Cuando yo era niña, tenía mi padre una
esclava, la cual en mi lengua me mostró la zalá crístianesca, y Me dijo muchas
cosas de Lela Marién. La cristiana murió, y yo sé que no fue al fuego, sino con
Alá porque después la vi dos veces, y me dijo que me fuese a tierra
de cristianos a ver a Lela Marién, que me quería mucho. No sé yo cómo vaya:
muchos cristianos he visto por esta ventana, y ninguno me ha parecido caballero
como tú. Yo soy muy hermosa y muchacha, y tengo muchos dineros que llevar
conmigo; mira tú si puedes hacer cómo nos vamos, y serás allá mi marido, si quisieres,
y si no quisieres, no se me dará nada; que Lela Marién me dará con quien me
case. Yo escribí esto; mira a quién lo das a leer: no te fíes de ningún moro,
porque son todos marfuces. Desto tengo mucha pena; que quisiera que no te
descubrieras a nadie; porque si mi padre lo sabe, me echará luego en un pozo, y
me cubrirá de piedras. En la caña pondré un hilo: ata allí la respuesta; y si
no tienes quien te escriba arábigo, dímelo por señas; que Lela Marién hará que
te entienda. Ella y Alá te guarden, y esa cruz que yo beso muchas veces; que
así me lo mandó la cautiva.
Mirad, señores, si era razón que las
razones deste papel nos admirasen y alegrasen; y así, lo uno y lo otro fue de
manera, que el renegado entendió que no acaso se había hallado aquel papel, sino
que real mente a alguno de nosotros se había escrito; y así, nos rogó que si
era verdad lo que sospechaba, que nos fiásemos dél y se lo dijésemos, que él
aventuraría su vida por nuestra libertad. Y diciendo esto, sacó del pecho un
crucifijo de metal, y con muchas lágrimas juró por el Dios que aquella imagen representaba, en quien él, aunque
pecador y malo, bien y fielmente creía, de guardarnos lealtad y secreto en todo
cuanto quisiésemos descubrirle, porque le parecía, y casi adevinaba, que por
medio de aquella que aquel papel había escrito había él y todos nosotros de
tener libertad, y verse él en lo que tanto deseaba, que era reducirse al gremio
de la santa Iglesia su madre, de quien como miembro podrido estaba dividido y
apartado, por su ignorancia y pecado.
Con tantas lágrimas y con muestras de
tanto arrepentimiento dijo esto el renegado, que todos de un mesmo parecer
consentimos y venimos en declararle la verdad del caso; y así, le dimos cuenta
de todo, sin encubrirle nada. Mostrámosle la ventanilla por donde parecía la
caña, y él marcó desde allí la casa, y quedó de tener especial y gran cuidado
de informarse quién en ella vivía. Acordamos ansimesmo que seria bien responder
al billete de la mora; y como teníamos quien lo supiese hacer, luego al momento
el renegado escribió las razones que yo le fui notando, que puntualmente fueron
las que diré, porque de todos los puntos sustanciales que en este suceso me
acontecieron, ninguno se me ha ido de la memoria, ni aun se me irá en tanto que
tuviere vida. En efeto, lo que a la mora se le respondió, fue esto:
El verdadero Alá te guarde, señora mía, y
aquella bendita Marién, que es la verdadera madre de Dios, y es la que te ha
puesto en corazón que te vayas a tierra de cristianos, porque te quiere bien.
Ruégale tú que se sirva de darte a entender cómo podrás poner por obra lo que
te manda; que ella es tan buena, que sí hará. De mi parte y de la de todos
estos cristianos que están conmigo te ofrezco de hacer por ti todo lo que
pudiéremos, hasta morir. No dejes de escribirme y avisarme lo que pensares
hacer, que yo te responderé siempre; que el grande Alá nos ha dado un cristiano
cautivo que sabe hablar y escribir tu lengua tan bien como lo verás por este
papel. Así que, sin tener miedo, nos puedes avisar de todo lo que quisieres. A
lo que dices que si fueres a tierra de cristianos, que has de ser mi mujer, yo
te lo prometo como buen cristiano; y sabe que los cristianos cumplen lo que
prometen mejor que los moros. Alá y Marién su madre sean en tu guarda, señora
mía.
Escrito y cerrado este papel, aguardé dos
días a que estuviese el baño solo, como solía, y luego salí al paso
acostumbrado del terradillo, por ver si la caña aparecía, que no tardó mucho en
asomar. Así como la vi, aunque no podía ver quién la ponía, mostré el papel,
como dando a entender que pusiesen el hilo; pero ya venia puesto en la caña, al
cual até el papel, y de allí a poco tomó a parecer nuestra estrella, con la
blanca bandera de paz del atadillo. Dejáronla caer, y alcé yo, y hallé en el
paño, en toda suerte de moneda de plata y de oro, más de cincuenta escudos, los
cuales cincuenta veces más doblaron nuestro contento, y confirmaron la
esperanza de tener libertad. Aquella misma noche volvió nuestro renegado, y nos
dijo que había sabido que en aquella casa vivía el mesmo moro que a nosotros
nos habían dicho, que se llamaba Agi Morato, riquísimo por todo extremo, el
cual tenía una sola hija, heredera de toda su hacienda, y que era común opinión
en toda la ciudad ser la más hermosa mujer de la Berbería; y que muchos de los
virreyes que allí venían la habían pedido por mujer, y que ella nunca se había
querido casar, y que también supo que tuvo una cristiana cautiva, que ya se
había muerto; todo lo cual concertaba con lo que venia en el papel.
Entramos luego en consejo con el renegado
en qué orden se tendría para sacar a la mora y venirnos todos a tierra de
cristianos, y, en fin, se acordó por entonces que esperásemos al aviso segundo
de Zoraida, que así se llamaba la que ahora quiere llamarse Maria; porque bien
vimos que ella y no otra alguna era la que había de dar medio a todas aquellas
dificultades. Después que quedamos en esto, dijo el renegado que no tuviésemos
pena; que él perdería la vida, o nos pondría en libertad. Cuatro días estuvo el
baño con gente, que fue ocasión que cuatro días tardase en parecer la caña; al
cabo de los cuales, en la acostumbrada soledad del baño, pareció con el lienzo
tan preñado, que un felicísimo parto prometía. Inclinóse a mi la caña y el
lienzo; hallé en él otro papel y cien escudos de oro, sin otra moneda alguna.
Estaba allí el renegado; dimosle a leer el papel dentro de nuestro rancho, el
cual dijo que así decía:
Yo no sé, mi señor, cómo dar orden que nos
Vamos a España, ni Lela Marién me lo ha dicho, aunque yo se lo he preguntado;
lo que se podrá hacer es que yo os daré por esta ventana muchísimos dineros de
oro; rescataos vos con ellos, y vuestros amigos, y vaya uno en tierra de
cristianos, y compre allá una barca, y vuelva por los demás; y a mí me hallaran
en el jardín de mi padre, que está a la puerta de Babazón junto a la marina,
donde tengo de estar todo este verano con mi padre y con mis criados. De allí,
de noche, me podréis sacar sin miedo, y llevarme a la barca; y mira que has de
ser mi marido, porque si no, yo pediré a Marién que te castigue. Si no te fías
de nadie que vaya por la barca, rescátate tu y ve; que ya sé que volverás mejor
que otro, pues eres caballero y cristiano. Procura saber el jardín, y cuando te
pasees por ahí sabré que está solo el baño, y te daré mucho dinero. Alá te
guarde, señor mío.
Esto decía y contenía el segundo papel; lo
cual visto por todos, cada uno se ofreció a querer ser el rescatado, y prometió
de ir y volver con toda puntualidad, y también yo me ofrecí a lo mismo; a todo
lo cual se opuso el renegado, diciendo que en ninguna manera consentiría que
ninguno saliese de libertad hasta que fuesen todos juntos, porque la
experiencia le había mostrado cuán mal cumplían los libres las palabras que
daban en el cautiverio; porque muchas vocee hablan usado de aquel remedio
algunos principales cautivos, recatando a uno que fuese a Valencia o Mallorca
con dineros para poder armar una barca y volver por los que le habían
rescatado, y nunca habían vuelto; porque, decía, la libertad alcanzada y el temor
de no volver a perderla les borraba de la memoria todas las obligaciones del
mundo. Y en confirmación de la verdad que nos decía, nos contó brevemente un
caso que casi en aquella mesma sazón había acaecido a unos caballeros
cristianos, el más extraño que jamás sucedió en aquellas partes, donde a cada
paso suceden cosas de grande espanto y de admiración. En efeto, él vino a decir
que lo que se podía y debía hacer era que el dinero que se había de dar para
rescatar al cristiano, que se le diese a él para comprar allí en Argel una
barca, con achaque de hacerse mercader y tratante en Tetuán y en aquella costa;
y que siendo él señor de la barca, fácilmente se daría traza para sacarlos del
baño y embarcarlos a todos. Cuanto más que si la mora, como ella decía, daba
dineros para rescatarlos a todos, que estando libres, era facilísima cosa aun
embarcarse en la mitad del día; y que la dificultad que se ofrecía mayor era
que los moros no consienten que renegado alguno compre ni tenga barca, si no es
bajel grande para ir en corso, porque se temen que el que compra barca,
principalmente si es español, no la quiere sino para irse a tierra de
cristianos; pero que él facilitaría este inconveniente con hacer que un moro
tagarino fuese a la parte con él en la compañía de la barca y en la ganancia de
las mercancías, y con esta sombra él vendría a ser señor de la barca, con que
daba por acabado todo lo demás. Y puesto que a mí y a mis camaradas nos había
parecido mejor lo de enviar por la barca a Mallorca, como la mora decía, no
osamos contradecirle, temerosos que si no hacíamos lo que él decía, nos había
de descubrir, y poner a peligro de perder las vidas, si descubriese el trato de
Zoraida, por cuya vida diéramos todos las nuestras; y así determinamos de
ponernos en las manos de Dios y en las del renegado, y en aquel mismo punto se
le respondió a Zoraida diciéndole que haríamos todo cuanto nos aconsejaba,
porque lo había advertido tan bien como si Lela Marién se lo hubiera dicho, y
que en ella sola estaba dilatar aquel negocio, o ponello luego por obra.
Ofrecíle de nuevo de ser su esposo, y con
esto, otro día que acaeció a estar solo el baño, en diversas veces, con la caña
y el paño, nos dio dos mil escudos de oro y un papel donde decía que el primer jumá,
que es el viernes, se iba al jardín de su padre, y que antes que se fuese nos
daría más dinero; y que si aquello no bastase, que se lo avisásemos, que nos
daría cuanto le pidiésemos, que su padre tenía tantos, que no lo echaría menos,
cuanto más que ella tenía las llaves de todo. Dimos luego quinientos escudos al
renegado para comprar la barca; con ochocientos me rescaté yo, dando el dinero
a un mercader valenciano que a la sazón se hallaba en Argel, el cual me rescató
del rey, tomándome sobre su palabra, dándola de que con el primer bajel que
viniese de Valencia pagaría mi rescate; porque si luego diera el dinero, fuera
dar sospechas al rey que había muchos días que mi rescate estaba en Argel, y
que el mercader, por sus granjerías, lo había callado. Finalmente, mi amo era
tan caviloso, que en ninguna manera me atreví a que luego se desembolsase el
dinero.
El jueves antes del viernes que la hermosa
Zoraida se había de ir al jardín nos dio otros mil escudos y nos avisó de su
partida, rogándome que si me rescatase, supiese luego el jardín de su padre, y
que en todo caso buscase ocasión de ir allá y verla. Respondíle en breves
palabras que así lo haría, y que tuviese cuidado de encomendarnos a Lela Marién
con todas aquellas oraciones que la cautiva le había enseñado. Hecho esto, dieron
orden en que los tres compañeros nuestros se rescatasen, por facilitar la
salida del baño, y porque viéndome a mí rescatado, y a ellos no, pues había
dinero, no se alborotasen y les persuadiese el diablo que hiciesen alguna cosa
en perjuicio de Zoraida; que puesto que el ser ellos quien eran me podía
asegurar deste temor, con todo eso, no quise poner el negocio en aventura, y
así, los hice rescatar por la misma orden que yo me rescaté, entregando todo el
dinero al mercader, para que con certeza y seguridad pudiese hacer la fianza;
al cual nunca descubrimos nuestro trato y secreto, por el peligro que había.